REVELACIÓN DEL DIOS LUZ
Padre
CÉSAR A. DÁVILA G.
Eran aproximadamente las
8 de la mañana.
El día era claro. No
había nubosidades.
El sol comenzaba a
calentar tibiamente el huerto donde paseaba.
Las colinas cercanas se
desperezaban
cobijadas de la
esmeralda de los trigales en sazón,
de los maizales en flor,
de los potreros y matorrales.
A lo lejos, los blancos
y silenciosos centinelas de nuestros Andes,
con sus melenas de nieve
bruñidas por el sol matinal.
Había meditado hace
pocos instantes.
Más bien, mi meditación
continuaba en el huerto.
Pedí, pedí intensamente
al Padre que se me revelara,
que siquiera por unos
momentos descorriera esa cortina invisible
con que vela su Bendita
Presencia a los mortales.
Pedí que siendo Él la
Luz Verdadera -Luz de toda luz-
se dignara a
manifestarse como Él es.
Ahora comprendo, que
pedir aquello
era sin embargo una
niñería por decir lo menos.
Una cosa innecesaria en
sus planes.
Accedió, sin embargo, a
mi petición,
quizá porque realmente
en ese momento me veía como un niño.
¿No es de los niños el
reino de los cielos?
¿No ven los niños la
cara de Dios?
Si. Yo creo que el Padre
tuvo en cuenta todo esto.

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